Metástasis sociales o rocanroles sin sentido - Instituto de la Máscara
Formación Oficial en Salud, Arte y Educación. Es una institución que articula lo psicoterapéutico, lo corporal, el psicoanálisis, el psicodrama, lo grupal, la creatividad y las máscaras. Este entramado constituye una definición conceptual y metodológica. La máscara revela y oculta a lo largo de la historia humana, lo personal, lo cultural y lo social.
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Metástasis sociales o rocanroles sin sentido

About This Project

La envidia del agente a mi me mata
Si yo fumo lo pago con mi plata
Me siento morir estoy mareado
Yo quiero vivir anestesiado…

Estrofa de una cumbia villera

“La designación de un infierno nada nos dice, desde luego, sobre cómo sacar a la gente del de ese infierno, cómo mitigar sus llamas… La persona que está permanentemente sorprendida por la existencia de la depravación /…/ cuando se le presentan pruebas de lo que unos seres humanos son capaces de infligir a otros – en el sentido de crueldades horripilantes – no ha alcanzado la madurez moral o psicológica./…/ nadie tiene derecho a ese grado de ignorancia o amnesia.”
Los tiempos históricos hacen de la salud y la enfermedad, simbolizaciones que capturan metáforas individuales y metáforas sociales. Mitos, relatos, ideologías construyen una relación polar donde el Bien lo encarna la salud y el Mal se personifica en la enfermedad, lo monstruoso, lo desconocido o diabólico.
“Mi tema no es la enfermedad física en sí, sino el uso que de ella se hace como figura o metáfora. Lo que quiero demostrar es que la enfermedad no es una metáfora. Sin embargo es casi imposible residir en el reino de los enfermos sin dejarse influenciar por las siniestras metáforas con que han pintado el paisaje.” plantea Susan Sontag en la introducción de su libro “La enfermedad y sus metáforas” y analiza la relación entre enfermedades como la tuberculosis, el cáncer y el sida en relación al imaginario social.
La tuberculosis trasparenta en radiografías pulmonares y ha ido construyendo una tipología del tuberculoso como una personalidad transparente, víctima de pasiones inconclusas, romántica, despojada de su amor por un una tos que le empalidece el rostro y el alma.
La tuberculosis define un cuerpo enfermo y la sociedad lo resignifica y enmarca dentro de los códigos de valor, resignación, compasión y dolor. Nadie más bella y transparente, dolorosa y apasionada que Mimi, Margarita Gautier en “La dama de las camelias” de Alejandro Dumas vaporizándose en los brazos de su amante.
“Tuber” palabra latina tiene que ver con tubérculo, con bulbo, y así llegamos a tumor y de tumor llegamos a cáncer, enfermedad innombrable a principio de siglo, peligrosa de nombrar. Es aquello que crece como un alien (del inglés: otro) dentro del propio cuerpo, nada más explícito que la trilogía de Alien, películas donde el monstruo, opaco y oscuro se despliega dentro del cuerpo humano con rasgos, formas, colores desconocidos no humanos es decir in-humanos y se desparrama sin rumbo lógico en imágenes terroríficas que atacan en cualquier parte, creando el suspenso cinematográfico- biológico de lo que invade sin saber cuándo ni donde. Una de las características alarmantes en la representación del alien es su rapidez de fragmentación y reproducción, siempre distinto a sí mismo. Siempre es “otro” diferente, pierde el atributo de espejo donde reflejarse sino que por el contrario, multiplica espejos rotos, virtualidades deformantes, dejando en la más absoluta soledad a la posible construcción de imagen reflejada.
Hoy ya con mayor precisión la ciencia pueden rastrear bajo las múltiples resonancias y extirpar, atacar, destruir, vencer, o perder la batalla. El cáncer se presenta como una guerra a muerte en el territorio corporal, con armas químicas, donde se libra una de las batallas más atroces y dolorosas frente a la integridad humana que ve perder partes a cambio de vida (vaciamientos, pelos, sexualidad trastocada para siempre, cicatrices, testimonios de ausencias de carne viva etc.).
Metáfora de una sociedad en guerra que supuestamente destruye para salvar, no por nada el cuerpo social vive en guerra y la guerra es un cáncer. El arte, anticipa y diseña esta metáfora social en obras donde la fragmentación y lo monstruoso adquieren una resignificación particular.
Se juega de otro modo lo visible y lo que se hace invisible, lo que se muestra y aquello que se esconde, de allí que la imagen del cuerpo desestructurado, multiplicado en simultaneidad de imágenes y relatos son el vocabulario del cine, la literatura, la plástica, el teatro, la danza y las instalaciones del siglo XX que se proyectan al siglo XXI sin pausa, como sin pausa son las matanzas y las guerras. Cánceres sociales que invaden sin descanso.
Estas palabras se fundamentan en el pensamiento de Susan Sontag donde explicita con extraordinaria lucidez la relación entre la enfermedad y las metáforas que las sustentan o las metáforas sociales que sustentan la enfermedad, como un juego existencial que intenta dar explicación a aquello de lo humano, donde a veces no hay explicación y es territorio del misterio, como el cáncer o cómo la catástrofe del tsunami, terremoto oceánico que sembró la muerte de miles de personas, justamente coincidieron los días de en que la escritora muere de cáncer. En su obra “Ante el dolor de los demás” anuncia como las imágenes del horror son ya tan cotidianas que frente al dolor del otro, sólo grandes catástrofes, logran conmover al ser humano en su rutina, se interroga por una falta de sensibilidad o una anestesia de orden mundial que nos aqueja, implícitamente nos augura grandes catástrofes para recuperar una sensibilidad perdida.
Su reflexión final en “La enfermedad y sus metáforas” alude a la manera nefasta de pensar la enfermedad cómo una guerra “El cuerpo no es un campo de batalla. Los enfermos no son las inevitables bajas ni el enemigo. Nosotros, la medicina, la sociedad, no estamos autorizados para defendernos de cualquier manera que se nos ocurra.. Y en cuanto a esa metáfora, la militar, yo diría parafraseando a Lucrecio: devolvámosela a los que hacen la guerra” 
«Metástasis palabra de origen griego que hace referencia al: paso de un lugar a otro, emigración, cambio, destierro, revolución” y que la medicina toma como un traslado o reproducción sorpresiva de un exantema, tumor agudo en un sitio distante del que apareció por primera vez.
Metástasis sociales que tal vez uno de los posibles orígenes tengan que ver con (el vaciamiento del cuerpo, extirpación de órganos, mutilación de partes) que cada uno lleva tatuado en su mapa corporal, como testimonio de 30 mil desaparecidos, muertos en Malvinas, infancia descerebrada por el hambre, etc.
Metástasis que se diferencian de las metáforas de la guerra como las analiza Susan Sontag, sino que representan tumoraciones anestesiadas desmemoriadas, que crecen dentro de cegueras e incongruencias incomprensibles de una sociedad des-membrada, como tumores agazapados que se expanden y nos invaden sin percibir que estamos dentro de “otro cuerpo”, que se expresa diariamente en subvertir lo dicho, en camuflar lo desenmascarado, en poner en evidencia una sociedad colador, a la que se le escurre “el construir” en cada acto, que se nutre de los agujeros que el tejido social no logra tramar. Desde las nimias acciones diarias cómo el taxista que hace “como si” tuviera puesto el cinturón de seguridad y cada uno de nosotros, cómplices, seguimos viaje. Así cómo las picadas de autos que todos conocemos, y reiteradamente arrastran los “muertos picados” por asesinos al volante, cómo el ganarle a la luz verde en cada semáforo y disfrutar eróticamente del choque como se ve en Crash, la película de Cronenberg donde el protagoniza goza con el fundirse de la carne y el brillo de la carrocería destrozada, así como el desmesurado aumento de la polución, corrupción, inseguridad, contaminación etc., etc.
La metástasis social de un alien solapado, hace que tengamos “otro cuerpo”, vivimos en la anestesia colectiva, la ceguera de la queja, la fractura virtual de los espejos solidarios, en la permanente discriminación corporal, es decir, mutilados de integridad, ya que la culpa siempre la tiene “el otro”. Ese alien avasallante que un día estalla en una ruta, otras en un juzgado, otras en una revuelta bonaerense. Resuenan entonces palabras trilladas vaciadas de sentido: compasión, impunidad, desolación, justicia.
Si todos sabemos que el noventa por ciento de los boliches bailables son cunas que mecen pibes en llamas, por qué tanta sorpresa, Mientras la metástasis avanza y ya el propio cuerpo vive invadido de aliens que descuartizan, o alguien cree que está entero, qué no es cómplice. Usamos unas máscaras dignas del más profundo análisis social, ya que tienen partes con texturas festivas de consumo fácil coloreadas de tonos pasteles y a su vez se funden con otras partes de hierro retorcido, muecas del hambre y del fuego, junto con un cuero de pelambre impenetrable de un color marrón oscuro, pegados con fragmentos vidriados, que nos tornan vulnerables, tornasolados, conmovidos. Alguien duda de ser poseedor de estas máscaras que van tumorizándose hoy en un boliche, ayer en la masacre de una escuela, anteayer en violaciones, hace tres años en un ataque de furia en una estación de servicio en Floresta, hoy en otro secuestro extorsivo. Estas máscaras apocalípticas, no indican más que es el hombre el único ser que desde sus orígenes, construye sus propias máscaras y es el único responsable de ponérselas o transformarlas o quitárselas.
Un cuerpo, sin cuerpo, es decir, sin ley, dirían los griegos, pero no necesitado de rejas, represiones y cárceles sino con cuerpo, con otras máscaras en una sociedad que desconoce el cuerpo social posible que desea.

No cambió nada y vuelvo a la cama
Pensando que tal vez mañana
Todo será un poco menos peor que hoy.

Única estrofa que alcanzaron a entonar “Los callejeros” antes del infierno.

Publicación

Autor

Elina Matoso

Category
Textos